Homúnculos de la Grecia impía

Brillante es la imagen que tenemos de la Grecia Clásica, olvidándonos intencionalmente de sus más oscuros secretos. Un ejemplo de ellos son los tristes Zíste-kréas.

Los fetos fallecidos durante el parto eran llevados a los sacerdotes de Ceres. Estos, en su perversa sabiduría,  fundían sus ojos y cosían sus bocas para luego ser cocidos en ollas de vino hirviente al son de liras que entonaban melodías de ruego para su diosa bajo la luna del equinoccio de primavera.

Así «nacían» estas diminutas criaturas, cuyo destino era servir en los viñedos y olivares, dotando los cultivos de aquella vida que perdieron.

Este es un microrrelato de 100 palabras para el concurso ‘Escribir jugando’ de El Blog de Lídia, correspondiente a la propuesta del mes de Marzo.

A los señores de traje les gusta ver el mundo arder

—Recoge tus cosas, Xin. Nos marchamos —dijo mamá.

Con lágrimas resbalando por mi mejilla, corrí a mi cuarto. Ahí estaban todas mis pertenencias: juguetes, libros, fotos… pero esos eran objetos que había allí donde íbamos. No, había otra cosa que «debía» llevar conmigo. Cogí la pequeña planta que formaba parte de mi proyecto escolar.

Una mano me agarró del hombro.

Cariño, los Dementes Trajeados están aquí. Vamossusurró mi padre con urgencia.

Corrimos junto al resto del ECO-Dome rumbo a la plataforma de aeroveleros.  Así abandonamos el planeta, viendo como el bosque ardía bajo nosotros.

Un mundo árido nos esperaba.

Este es un microrrelato de 100 palabras para el concurso ‘Escribir jugando’ de El Blog de Lídia, correspondiente a la propuesta del mes de Febrero.

Oración por la Libertad

Déjate abrazar por el Oscuro,
pues en sus tinieblas hallarás iluminación.
Cierra los ojos ante la Luz,
pues sus rayos solo los cegaran y quemaran.

Escucha al Príncipe de las Mentiras,
pues solo en ellas encontrarás la Verdad.
Acalla a aquellos que se dicen santos,
pues sus palabras conllevas grilletes y dolor.

Descúbrete ante el Ángel Caído,
pues solo él ve las cicatrices de nuestro interior.
Aléjate del cruel Padre Celestial,
pues solo busca obediencia y demente devoción.

Ama al Señor de los Infiernos,
pues de su ardiente pasión obtendrás cálido placer.
Reniega del Rey de los Cielos,
pues su rígida frialdad sembrará el odio a ti mismo.

Muchos nombres se le ha dado a la Bestia:
Belial, Behemoth, Belcebú,
Asmodeo, Satanás o Lucifer.
Pero solo debes recordar una cosa.

Eres Tú.

Salta al vacío del Abismo.

NEMA

Desconexión neural

Las jugadas de ella eran meticulosas y reflexionadas. Las de él pura improvisación e instinto. Todos los años, en esta fecha, entraban en lid el uno contra el otro para paliar el aburrimiento provocado por el Anfitrión.

La noche se iba consumiendo y la partida cada vez se dificultaba más y más. Las capacidades de los contendientes mermaba y su embotamiento era creciente.

Desdichados, Lógica y Creatividad observaron por los dos grandes ventanales y suspiraron; el Anfitrión volvía a pasar la última noche del año pendiente de una pantallita luminosa y de una copa de veneno, ignorando sus seres queridos.

Este es un microrrelato de 100 palabras para el concurso ‘Escribir jugando’ de El Blog de Lídia, correspondiente a la propuesta del mes de Enero.

Un tono de negro

Ya no existía. Nadie sabía que había ocurrido, pero esta era la nueva y terrible realidad a la que se enfrentaba la humanidad. Un tono de negro, desaparecido.

Las alarmas saltaron por primera tras la inauguración de una exposición de arte en París. Las obras, elaboradas por un artista de origen berlinés, hacían especial énfasis en el contraste del blanco roto y el negro, precisamente uno muy concreto. Grande fue la sorpresa cuando abrió las puertas al público y lo único que veían eran lienzos blancos acompañados de… la nada.

La nada. Esa es la única descripción que los testigos fueron capaces de dar, pues sus mentes se vieron gravemente afectadas por aquello que presenciaron. Por algún motivo, aquella ausencia de color les atraía como la luz de un farol atrae a las polillas. Al igual que estas, acercarse tanto a aquel extraño fenómeno terminaba por quemar su raciocinio. El incidente se saldó con siete heridos por daños autoinfligidos y veintinueve ingresados en instituciones psiquiátricas.

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Descripción morbosa

¿Qué es lo que se siente al clavar un alfiler en tu pupila? Yo te lo explicaré.

Primero, tensión. Verás como tu mano sujeta ese pequeño y puntiagudo objeto apuntando a tu ojo. Tus reflejos naturales tratarán de impedir su contacto, tus manos dudarán, tu cerebro te susurrará que pares. Mas tendrás que imponerte a estos básicos instintos y hundirás la punta en el oscuro centro de tu ojo.

Segundo, alteración. Pequeñas y numerosas motas multicolor empezarán a mostrarse ante ti, parpadeando por todo el campo de visión. Tu cuerpo aún no será consciente de que está ocurriendo, haciendo de este un momento de calma previo a la tempestad. El parpado tratará de humeder la superficie ocular, sin embargo se encontrara en su descenso una firme varilla de frío metal. Trata de mantener tus ojos abiertos, ¿no querrás hacerte daño, no? Con calma, sigue empujando el pequeño alfiler.

Tercero, derramamiento. El líquido cristalino tras tu pupila fluirá una vez rota su cavidad contenedora. El dolor te enloquecerá, pero vendrá acompañado de una oscura y sangrienta euforia. Disfrútala, pues es en estos primeros momentos cuando es más dulce.

Cuarto, nefario placer. Simplemente suelta el alfiler y entra en sintonía con la latente angustia que está gozando tu cuerpo. El sangrado interno irá en aumento y tus sistema nervioso emitirá potentes impulsos eléctricos, descontrolado. Los grilletes que atan a tu espíritu en esta vomitiva mortaja de carne se comenzarán a oxidar hasta desvanecerse.

Felicidades.

Has abierto la cerradura de tu jaula.

Sé libre.

Mal genio

Estaba de mal humor, algo que era frecuente. ¿El motivo esta vez? Mientras observaba su ganado cósmico, una irreverente constelación le había cegado, como si hubiese sido enfocado a los ojos directamente con una linterna. Su día estaba arruinado, pero la cosa no iba a quedar ahí.

Calibró los espejos refractantes y se calentó una taza de negro cieno. La colocó en el pequeño pedestal, alineando la superficie líquida de la bebida con el reflejo de esas maleducadas estrellas. Tapó la taza con una cartón y, clavando una pajita, sorbió su contenido.

En el cielo se formó un parche oscuro.

Este es un microrrelato de 100 palabras para el concurso ‘Escribir jugando’ de El Blog de Lídia, correspondiente a la propuesta del mes de Diciembre.

Noche de Samedi

En la oscura y húmeda noche de Louisiana, caminaba entre árboles el Doctor LeCroix, con su ornamentado sombrero de copa y su compañero gatuno, Cimetière. Como servidor del Barón Samedi, esta noche en la que los difuntos visitan nuestro mundo debía trabajar.

Percibía como las almas de su gente, esclavos que fallecieron explotados en plantaciones, arremolinándose en torno suyo, suplicando ayuda.

Tras un trago de la poción que había preparado y una fervorosa oración, los espíritus se adentraron en el recipiente que era ahora su cuerpo, llenándolo del poder necesario para repartir unas cuantas maldiciones entre ciertos «amos» opresores…

Este es un microrrelato de 99 palabras para el concurso ‘Escribir jugando’ de El Blog de Lídia, correspondiente a la propuesta del mes de Noviembre.

 

El Exuberante Circo Ambulante del Doctor Saithan

El acceso al recinto ferial del Exuberante Circo Ambulante del Doctor Saithan estaba repleto ocupado por una multitud de visitante que venían de los pueblos cercanos a disfrutar de un espectáculo que, según los carteles que cubrían la zona, prometía ser de lo más extravagante.

Entre toda la muchedumbre se hallaba Bill llevando de su brazo a la hermosa Linda Goldsmith. Aquella era la primera cita entre ambos, tras semanas de Bill cortejando a la joven. La curiosidad que había despertado en Linda asistir a un circo por primera vez, junto a su recíproco interés en Bill, la hizo terminar cediendo ante la petición de visitar la feria juntos.

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El Hombre Que Ríe

El Hombre Que Ríe era alto y espigado, con un rojos labios carnosos. Sus blancos y brillantes dientes siempre estaban iluminando su pálida cara, siendo foco inevitable de todas las miradas de los transeúntes, pues nunca abandonaba su rostro una amplía sonrisa.

Caminaba por las calles del pueblo siempre exquisitamente trajeado, con unos guantes blancos de seda y zapatos del mejor cuero. A su llegada a aquellos parajes, los habitantes recibieron encantados a tan alegre y llamativo individuo. Jamás evitó devolver el saludo a sus nuevos vecinos y les obsequiaba con jocosos comentarios sobre el tiempo o el paisaje.

Poco duró esa actitud, pues comenzaron a apreciar en sus ojos y actos una chispa de demencia al principio, que terminaron por descubrir que en realidad era un auténtico incendio de locura. Los bebés lloraban ante la sola visión del hombre, mientras que los perros le rehuían escondiéndose tras sus amos con el rabo entre las piernas.

Nada pareció afectar al extravagante personaje, que continuaba recorriendo el pueblo sin que nadie supiese en realidad que hacía en su día a día. Cuando menos se lo esperaban, los habitantes se lo encontraban de frente, observándoles fijamente con esos grandes ojos abiertos que nunca parpadeaban.

Lo que no sabían es que, al regresar a casa, el Hombre Que Ríe se desprendía parsimoniosamente de sus ropas, descubriendo un ceniciento cuerpo cubierto de horribles cicatrices y deformaciones. Caminaba con su inmutable sonrisa hasta el sótano, se subía al taburete que tenía en el centro y se clavaba bajo el esternón un gancho de carne como el que se podría encontrar en cualquier carnicería. Tirando de la cadena junto al gancho, elevaba su cuerpo en el aire.

Entonces comenzaba a agitarse con violencia, haciendo que la metálica pieza incrustada en su vientre removiera todos sus órganos internos. Después usaba sus dientes para desgarrarse la carne de los brazos en busca de las arterias. Tan inquietante espectáculo continuaba hasta que se diera por vencido, incapaz de obtener lo único que buscaba en este mundo: un final.

Y así terminaba todas las noches, riéndose sonoramente a carcajadas mientras sus ojos, incapaces de llorar, se iban enrojeciendo más y más. Cuando llegara la mañana siguiente, descendería al suelo y, tras adecentarse, saldría al pueblo con la esperanza de que realmente ese sería su último día.

Tristemente, estaba condenado a existir.