Registros de una mente atormentada: Sueño lúcido

Todo lo que me rodeaba me era familiar, no sin algunas pequeñas variantes que me provocaban una ligera inquietud, y los rostros de las personas frente a mí también eran conocidos. Algunas personas de mi día a día, algunas otras pertenecían a mi pasado. Un amalgama de lo habitual e inesperado que cohabitaban ese espacio con total normalidad.

Entonces fue cuando en mi consciencia algo hizo click. Estaba soñando, obviamente. Con la certeza de que aún me quedaba un buen rato hasta despertarme en el mundo material, me dispuse a tomar las riendas del sueño, como solía hacer en estas situaciones. Solo tenía que matar el rato y, de paso, aprovechar a construirme unos ilusorios momentos de felicidad forzada.

Sin tardar, empecé a construir situaciones, lugares, personas… nada demasiado extravagante, pero sí placentero. Tras un rato, el destello de un recuerdo vino a mi adormilada mente; antes de dormirme había estado leyendo un libro sobre el origen del universo y el Big Bang, ahora me apetecía profundizar en este tema aprovechando mi estado casi divino en el mundo onírico.

Como tampoco sabía muy bien como comenzar esta exploración, comencé situándome flotante en la infinita vastedad que era mi visión del cosmos. Acto seguido, rebobiné el tiempo hasta provocar una cegadora explosión que trataba de imitar el Big Bang, saliendo disparada de ella ingentes cantidades de energía multicolor y los cuerpos celestes que hacía unos segundos me rodeaban.

Ahora debía volver incluso más atrás en el tiempo, mas era incapaz de imaginar que podría haber existido previo a la gran explosión. ¿Un océano de incomprensibles energías? ¿Un lienzo blanco incapaz de ser comprendido por nuestros cerebros? ¿Una inmaterial esfera de materia oscura del tamaño de una canica? ¿Quizás el Huevo Original?

Dejé mi mente divagar y fluir por los rincones extraños de mi consciencia, ajeno al error que estaba cometiendo. Una convulsión recorrió mi sistema nervioso y sentía como “caía”, succionado por un vacío prohibido. Había abierto un agujero a una zona vetada a nuestras mentes.

Ingrávido en la penumbra de la Nada, era incapaz de manipular mi sueño. Ahora era un simple títere sujeto por los invisibles hilos de esa oculta y terrible dimensión que habita en nosotros. Ahogado entre temblores y ansiedad, mi visión empezó a distinguir las terribles figuras colosales y monstruosas que habitan esa oscuridad. Con la total convicción de que esos seres podían destruir nuestras existencias sin esfuerzo alguno si se lo propusieran, me hice un ovillo, aterrado. ¿Cómo podían existir estas criaturas? ¿Fue la luz que trajo el Big Bang al universo la que oculta a estos dioses de nosotros, los ignorante humanos?

Una pupila del tamaño de cien soles se fijó en mí, y yo en ella. Electricidad recorrió mi espina dorsal.

Me desperté en mi cama. Vuelta a la rutina, supongo.

Registros de una mente atormentada: Mi isla

Los fríos nubarrones que cubrían el cielo eran testigos de como nuestras dos siluetas intercambiaban las palabras que debían haber sido habladas. Un doloroso día para una resolución aún más dolorosa. Caminamos en paralelo hasta el pequeño y destartalado muelle de la diminuta isla, con ojos vagabundos y rostros vacíos. Tras un contenido y distante gesto de despedida, subiste en el bote de remos que empezó a alejarse rumbo al horizonte.

Tus ojos iban perdiendo su luz a cada metro que te alejabas de la isla, tornándote en la oscura visión cadavérica que quedó grabada en mi memoria mientras vigilaba tu marcha desde el antiguo pantalán. Pasado el trauma inicial, di mi espalda al mar y observé lo que quedaba de mi mundo: un lastimero islote de arena, piedra, una colina de hierba amarillenta y una higuera secar coronándola.

Mas con tu ausencia algo había comenzado a cambiar; las nubes se disolvieron dando paso a un luminoso cielo azul y la isla comenzó a rezumar vida, verdeando sus campos y reviviendo la anteriormente lúgubre higuera. Algo parecía estar sanando.

Poco duró la ilusión del conformismo y la calma, pues comencé a apreciar la auténtica naturaleza de mi entorno. Las olas que rompían contra la orilla dejaban escapar susurros de burla y repugnancia hacia mí. Las briznas de hierba conspiraban unidas, tratando de mostrarse como un apetecible y mullido lecho natural para mi sueño, con la esperanza de ser capaces de cortarme las venas o el cuellos con sus afiladas hebras esmeralda. La higuera ponía todo su empeño en envenenar sus frutos, pues jamás permitiría que una aberración como yo se alimentase de su prole. Pero sin duda, la más terrible era la luz que descendía desde el cielo, una cortina constante de puro odio invisible pero cegador, ardiente en su deseo de, no matarme, sino hacerme caer sobre mis rodillas y sufrir; una luz que en realidad era un sadismo omnipresente e inamovible, capaz de abrumar todos los sentidos.

El horror de descubrir que mi mundo era en realidad una cámara de torturas solo se vio superado por el que sentí cuando, incapaz de vivir en semejante lugar, traté de encontrar mi final a manos del mar, momento en el que vi mi auténtico reflejo. El reflejo de un despojo, de un abominable fallo de ser humano.

En mi cuerpo se podía apreciar más músculo sangrante y palpitante que piel, de la cual solo quedaban colgajos aquí y allá. Ojos amarillos rebosantes de enfermedad, uno de ellos apenas contenido en su cuenca ocular. Dientes rotos y combados, algunos de ellos clavándose en las propias encías que rezumabas pus. El fantasma de lo que en su día fue una nariz que ahora era más bien el hocico de un cerdo muerto. Y en mi pecho, crecían zarcillos negros con espinas que desgarraban la carne a la que se agarraban. En conclusión, un monstruo que jamás debió existir.

Desplomado sin fuerzas en esa playa, escuchando los crueles murmullos de las olas, yacía impotente de poner un fin a esa mala broma del universo. Y ni siquiera en ese momento fui capaz de derramar lágrimas. Con un rostro carente de expresión, me rendí. Simplemente me rendí.

Y desde el cielo se pudo escuchar la casi orgásmica carcajada del Grial.

Puñaladas

Distintos ángulos para desangrarme

Una puñalada desde la salud familiar

Una puñalada desde mi propia cabeza

Una puñalada desde los sentimientos

Una puñalada desde el acoso

Una puñalada desde el pasado

Una puñalada desde el aislamiento

Una puñalada desde el estrés

Cicatrices sobre cicatrices

Meses de mi corazón siendo un alfiletero

Y por alguna razón, aún sigo vivo

¿Cuánto más he de sangrar para finalmente caer derrotado?

¿Qué sentido tiene el dolor sin existir una recompensa final?

Vacío y caos

Nada tiene sentido

Solo los cuchillos son reales

Fluyendo

Llega cierto momento en el que a uno solo le queda dejarse llevar por la corriente. Toda esa palabrería sobre perseguir un sueño o una ambición cada vez suena más vacía y falsa; solo es una ilusión fabricada para justificarnos, una mentira de aspecto hermoso.

La realidad es implacable, abriéndose paso como un rompehielos con destino a nuestra consciencia; al final, te darás cuenta de que nada importa, solo eres una vanidosa nube de polvo gris mecida por el viento. No hay más motivo para nuestra existencia más allá del caos primordial que da forma nuestro mundo.

Una vez esta idea se afiance en tu ser tocará lidiar con el impacto que esto tiene en tu vida. Ahora eres una persona mucho menos deseable para hacer compañía, pues ya no eres una fuente de colores y maravillas. ¿Por qué iba a querer alguien estar con semejante aguafiestas práctico? Siempre queda la opción de fingir, pero te acabarás desgarrando por dentro. Siendo sincero, este es un camino abundante en dolor.

Aunque no todo tiene que ser negativo; que no haya una razón para tu existencia no impide que puedas tomar hasta cierto punto las riendas y regir tus acciones por tu propio código. Intentar ser buena persona no te hará ganar puntos kármicos ni te garantizará obtener algo a cambio, pero te dará una pequeña dosis de paz que tanta falta hace. No hay que renunciar a tomar decisiones por el simple motivo de que nuestras acciones sean en última instancia irrelevantes. No abandones la posibilidad de calmar el sufrimiento de una persona por un par de minutos solo porque no sea una solución. Ofrece amor y comprensión aunque ya no te quede para ti mismo.

Por otro lado, deberás ser precavido con las distintas formas de evasión de la realidad. Útiles en su justa medida, sí; pero estas formas de escapismo terminan resultando demasiado dulces y corremos el riesgo de terminar siendo devorados por ellas. Nuestra mente a veces necesita el suero que nos proporcionan, pero una sobredosis de ellas puede destruir nuestras vidas. No es una exageración.

Vamos a resultar heridos, vamos a sentirnos agotados y derrotados, vamos a odiarnos y juzgarnos y querremos sencillamente desaparecer. Así funcionamos los seres grises que hemos perdido nuestras últimas esperanzas en encontrar algo que de un poco de sentido a esta vida, y no es algo bonito de sentir. Pero que eso no nos impida tener principios y aceptar las consecuencias que nos acarreé seguirlos, pues son los únicos calmantes que nos permiten seguir flotando en la corriente de este río turbulento. Nada te satisfacerá, la gente se cansará de ti y las noches serán un purgatorio, pero te tienes a ti mismo y descubrirás hasta dónde alcanza tu voluntad de «ser» y tu capacidad de aportar.

No dejes que te digan que debes cambiar, que debes de dejar de sentir lo que sientes, que te fijes en como actúa el resto. Simplemente acepta que nada importa realmente, sé tú mismo y fluye a través de este caos.

Soy un disfraz roto

«Sonríe». «Alegra esa cara». «Disfruta de la vida». «Todo va a mejorar».

Frases vacías que perforan mis tímpanos con frecuencia, disparadas hacia mí sin malicia pero con cruel precisión.

Tonto de mí, las recibo con una cabezada de afirmación y curvando la comisura de mis labios de forma mecánica.

No ven que vivo en una noche cada vez más oscura, cuya última estrella que me iluminaba se desvanece en el cielo. El Hogar de los Divinos cierra sus puertas ante mí, abandonándome en el Yermo.

Hecho un ovillo sobre el suelo, río como un maníaco. Ya no me queda esperanza.

Este es un microrrelato de 100 palabras para el reto ‘Escribir jugando’ de El Blog de Lídia, correspondiente a la propuesta del mes de Mayo.

Viajando al atardecer

Con la calidez del sol acariciando mi rostro y el viento que entra por las ventanillas de mi viejo coche sacudiendo mi pelo, viajo por la antigua carretera. A mi izquierda se ven frondosos bosques e imponentes montañas. A mi derecha un majestuoso acantilado da paso a infinitas aguas rizadas por el oleaje. Con una mano firme en el volante y la otra cómodamente asomando por la puerta, prosigo con el trayecto a ninguna parte.

El ronroneo del coche acompaña los ritmos de ‘Runaway’ de Del Shannon. Se puede respirar la calma que flota en el ambiente. Los cielos de azul celeste con blancas y esponjosas nubes espolvoreadas coronan esta idílica estampa de una tarde atemporal. Un paisaje que queda grabado en forma de dulce sensación en mi cabeza.

Mientras el vehículo prosigue con su marcha, mi mente empieza a flotar y evadirse como tiende a hacer a menudo; mas esta vez no deriva en preocupaciones ni tensiones sino en el más comfortable vacío. Mi cuerpo se siente relajado como no lo había hecho en casi una década. Mis pulmones aspiras y expiran con calma, llenándose y vaciándose por completo. Mis oídos no solo oyen, ahora vuelven a escuchar. Percibo de nuevo los matices del aise salado especiado por la vida que brota de los árboles. En mis divagaciones, estoy redescubriendo el mundo del que renegué.

Lentamente vuelvo a redirigir mi atención a la carretera; había olvidado lo agradable que puede ser conducir sin otra razón que la de viajar. Pequeños placeres que tendemos a despreciar.

Al subir una empinada cuesta me vislumbro unas nubes oscuras acercándose desde la derecha y la izquierda; sin duda, un singular efecto climático. También el viento empieza a tornarse frío y ligeramente violento. Parece que acabaré teniendo uno de esos nostálgicos viajes bajo la lluvia.

Miro a mi izquierda como el bosque está ardiendo. Animales huyen depavoridos mientras sus cuerpos son devorados por los besos que les regalan las alegres llamas mientras de fondo las montañan se desmoronan en hermosos corrimientos de tierra y piedra entremezcladas. Cuán poderosa es la naturaleza.

Giro mi rostro a la derecha y observo ondularse el sangriento mar. Los restos de peces, delfines y ballenas bailan inertes y podridos al son de la marejada, despidiendo un infecto aroma que al ser inhalado me despeja las fosas nasales. Los enérgicos rayos impactan contra el mar, dando a luz risueño truenos. Me siento afortunado de estar presenciando tan único panorama.

Repentinamente, el coche se agita. Este trecho de carretera está bastante descuidado, lleno de baches y grietas. Por cada sacudida, los huesos de pasadas víctimas que guardo en el maletero producen un musical soniquete, animando aún más el viaje y haciendo coro ‘Runaway’, que sigue sonando en bucle en mis altavoces.

Para calmar los nervios de mi acompañante apoyo mi mano en su pierna y digo unas palabras reconfortantes. El hermoso y descompuesto cádaver no reacciona a mis ánimos. Sus ojos supurantes de pus siguen rehuyendo mi mirada. Su reseca boca se niega a dirigirmen la palabra. Me desanima un poco esa actitud, pero me encojo de hombros y vuelvo a centrarme en la carreterra; hay que darle tiempo a estas cosas, al fin y al cabo para eso hacemos este viaje.

Las nubes se han dado prisa y han terminado por cubrir el cielo con su oscuro abrazo. No tardan en liberarse de su líquida carga, una lluvia ácida que agujerea el techo del vehículo. Las gotas queman nuestro pelo y piel pero a la vez nos recuerda lo que es vivir. Una de ellas cae en mi ojo derecho y me deja sin visión, pero ya no importa; estamos a punto de alcanzar nuestro destino.

Un súbito corte en el acantilado que previamente era salvable gracias a un puente, ahora derruido, se cruza en la carretera, convirtiéndose en el final de esta. Decenas de metros abajo, el rojo oleaje rompe contra afiladas rocas negras.

Piso el acelerador y, por primera vez en años, vuelvo a sonreír con sinceridad.

Da gusto ser uno mismo de nuevo.

Con la voz y guitarra de Del Shannon de fondo, hemos llegado.

Asedio nocturno

Se acerca la noche y, con ella, los demonios.

Asoman sus etéreas cabezas por mi ventana,

con sus ojos rezumando traviesa crueldad.

Botellas, frascos y hierbas desplegadas ante mí.

¿Con qué toca embotar la mente hoy?

¿Qué veneno ingerir para sufrir un poco menos.

Ya desaparece la luz por el horizonte.

Mi poca cordura se va con ella.

Hola de nuevo, maníaca oscuridad.

La Lombriz

Es cuando menos te lo esperas cuando vuelve a aparecer La Lombriz. Recorre tus tripas de forma implacable, dejando tras de sí un aborrecible rastro de negras agujas que perforan la carne y atormentan la mente. Nada puedes hacer por pararla, pues su existencia está intrínsecamente ligada a ti y tus actos. Asume tu derrota.

Creías que estabas sanando, que te estabas regenerando, pero realmente sabías que no era así. Todas las noches apagando la luz pensando «¿Vendrá a hacerme un visita antes de dormir? ¿Me volverá a susurrar sus helados cuchillos al oído?». La respuesta era, obviamente, sí.

La Lombriz hace tiempo que dejo de ser un simple parásito en tu cuerpo, ahora eres su siervo y solo vives para ella. Revuélcate en la tristeza y la angustia, aráñate los ojos para ahogar la paranoia y la soledad, vomita toda tu ira para dejar hueco al vacío y luego… disfruta un poco del calor del sol, quizás incluso alguna sonrisa distraída de alguien que dice ser cercano, piensa que aún existe una pequeña brizna de esperanza, aliméntate de nuevo y sana, pues La Lombriz requiere de más materia que consumir. No te extingas del todo, debes alimentar a tu reina. Ese es el ciclo que se te ha impuesto.

Tratas de ahogar tus emociones inundando tu cabeza con música, mas cuando se hace el silencio descubres que solo es sal que echas a tus heridas. Tus intentos por tranformate en una estatua animada nunca darán sus frutos, pues por dentro aún duele. Aún sufres. Puedes esgrimir esa falsa fachada de satisfacción, felicidad o indiferencia todo lo que quieras; solo les engañas a ellos y eso hace que duela incluso más, ¿verdad?.

Quizás deberías alejarte de ellos. Evitar envenenarles con tu presencia y tus palabras. No sabes tratar con personas, así que ahórrales los momentos incómodos. Déjales ser feliz. Déjales tener un futuro. Líbrales de tu pesada carga. Haz algo acertado por una vez. Estate tranquilo, pues tampoco se te echará en falta.

A veces solo queda gritar, pero ella se ocupa de que el grito muera en tu garganta.

A veces solo queda llorar, pero secará tus lágrimas antes de que emerjan, dejándote más frustrado.

A veces solo quedará golpear algo, pero ya estarás tan débil que apenas tendrás voluntad para levantarte de donde estés tirado.

Piensas en morir a menudo, pero ya no tiene sentido. Estás muerto. Eres un cádaver animado. Un títere que interpreta una obra cruel.

Abándonate a La Lombriz.

Pozo

De nuevo en el fondo del pozo, rodeado de atronador silencio.

Mis gritos mudos mueren en la soledad de estos muros.

Los dedos descarnados y sin uñas por aferrarse a lo imposible.

Con los pulmones podridos, exhalo mi mezquino veneno.

El vacío de mis entrañas se expande como un cruel tumor.

Floto en estancada agua, casi tan turbia como mi corazón.

No soy más que un difunto que es arrastrado a su destino.

Nada a lo que agarrarse, nada por lo que luchar.

Ya solo queda esperar.

Ya solo queda descomponerse.

Espectro

Caminando entre vosotros me podréis encontrar. Sin levantar sospecha a primera vista, otra persona más. Mas desconocéis la terrible oscuridad que encierran las cerraduras que son mis ojos.

Soy un asesino. No sé cuantas sonrisas he asesinado en mis labios. Recuerdo cada una de las que arranqué de los vuestros.

Un pájaro de mal agüero. Un agujero negro que drena la energía. Una nube oscura cargada de pesar.

Quizás no sea esta la forma en la que me percibís, pero mi cuerpo está hueco y en él solo se esconde una tormenta de dolor y horrores.

La noche se encarga de recordarme cada día mi verdadera naturaleza. La araña que habita en mi cranéo tejiendo redes de culpa no permitirá que jamás olvide qué soy.

El tacto de hierro sobre mis venas al cortar la piel o un abrasivo y asfixiante roce de cuerda en torno a mi cuello y buenas noches, arañita.

Otra noche deseando desaparecer.

Otra mañana alzándome como un espectro.